El orden de Dios para el matrimonio

En el mundo, el orden matrimonial asume diversas formas.

Existe la forma del patriarcado, en que el marido, como padre de familia, es un señor que domina y gobierna sin contrapeso, donde la esposa y los hijos le temen y son como sus siervos. También existe el matriarcado, en que la mujer es la que maneja las cosas de la casa, a los hijos y aun a su marido, sea de manera explícita o simulada. Una forma más grotesca aún suele darse en el mundo y es lo que se podría llamar filiarcado (en latín, “filius” significa “hijo”), en que los hijos gobiernan a sus padres, los manejan a su antojo, constituyéndose a sí mismos en el centro del hogar y haciendo de sus padres meros servidores que atienden sus caprichos.

Obviamente, ninguna de ellas es conforme al modelo de Dios. Aparentemente, la forma del patriarcado es lo que más se le parece, pero el modelo de Dios para el matrimonio no es el del patriarcado. Cuando Cristo reina y ocupa el centro en una familia, ninguno sobresale por sí y en sí mismo. No hay gritos ni lucha por el poder. Todos atienden a la dirección del Único que tiene la autoridad, y todos se rinden a Él, en la posición y el ámbito de responsabilidades que Él ha asignado a cada uno. Cuando Cristo tiene el centro, el matrimonio y la familia funcionan bien, sin discordias ni estallidos de violencia, espontánea y silenciosamente, según el perfecto orden de Dios.

¿Cuál es este orden? Dice la Escritura: “Porque quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo” (1ª Cor.11:3). Aquí está el orden de Dios, no sólo en el matrimonio, sino también en el universo.

De manera que por causa de que hay implicados hechos espirituales trascendentes, tanto el hombre como la mujer han de cuidar respetar este orden. No es un asunto de caracteres: es el orden de Dios.

A veces los maridos renuncian a tomar su lugar, por comodidad o por una supuesta incompetencia, como si esto fuese un asunto de caracteres o de capacidades naturales. Pero aquí vemos que esto es un asunto establecido por Dios, y anterior a nosotros, en lo cual está implicado el orden universal, y al cual nosotros somos invitados a participar.

Las demandas en la relación matrimonial

Consecuentemente con todo lo anterior, hay demandas para los miembros de la familia cristiana, que se pueden resumir en una sola expresión: la demanda para el esposo, es amar a la esposa* ; para la esposa, es estar sujeta a su esposo; para los padres es disciplinar y amonestar a sus hijos; para los hijos es obedecer a sus padres.

Siendo el varón la cabeza de la mujer, resulta para el esposo una demanda muy fuerte que ame a su esposa, porque ello implica, además, una restricción a su rudeza natural. Por eso dice la Escritura: “No seáis ásperos con ellas” (Col.3:19), y “Dando honor a la mujer como a vaso más frágil” (1ª Ped.3:7). El ser cabeza pone al hombre en una posición de autoridad, pero el mandamiento de amar a su mujer le restringe hasta la delicadeza.

Hay al menos dos razones por las cuales el esposo debe ser ejemplo amoroso de quebrantamiento y humildad. Primero, por su carácter naturalmente áspero, y, segundo, por la autoridad que detenta. Junto con ponerle en autoridad, el mandamiento le limita en el uso de esa autoridad.

De modo que si su autoridad es cuestionada, no debe procurar recuperarla por sí mismo, sino remitirse a Aquél a quien pertenece.

Por su parte, siendo la mujer de un carácter más vivaz, el estar sujeta es una restricción a su natural forma de ser, por lo cual dice la Escritura: “La mujer respete a su marido” (Ef. 5:33b), y “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción” (1ª Tim.2:11). No obstante, ella recibe el amor de su esposo, que la sustenta y la abriga.

Esto es así para que no haya desavenencia en el matrimonio. Ambos son restringidos y a la vez son honrados por el otro.

Cada uno según su natural forma de ser. Porque Dios sabe mejor que nosotros mismos cómo somos, y por eso diseñó así el matrimonio. El marido representa la autoridad, pero, siendo de un carácter áspero, debe amar con dulzura; la mujer es amada y sustentada, pero, siendo de naturaleza más inquieta, debe sujetarse. Así todos perdemos algo, pero gana el matrimonio y la familia, y por sobre, todo, gana el Señor.

Si el esposo ama, facilita la sujeción de la esposa. Si la esposa se sujeta, facilita el que su esposo la ame. Con todo, si ambas conductas (el amar y el sujetarse), siendo tan deseables, no se producen, ello no exime ni al esposo ni a la esposa de obedecer su propio mandamiento.

¡No hay cosa más noble para un marido cristiano amar a su mujer como Cristo amó a la iglesia! No hay cosa más noble, conforme van pasando los años, encontrarla más bella, sentir que su corazón está más unido a ella, y que ha aprendido a amarla aun en sus debilidades y defectos. Porque ya no anda como un hombre, sino que camina en la tierra como un siervo de Dios.

¡Qué dignidad más alta para una mujer la de sujetarse a su marido, no por lo que él es, sino por lo que él representa! ¡Cuánto agrada a Dios un hombre y una mujer así! Todos los reclamos, todas las quejas desaparecerían. Si el marido se preocupara más de amar no tendría ojos para ver tantos defectos e imperfecciones. Si la mujer se viera a sí misma como la iglesia delante de Cristo, si fuera sumisa y dócil, cuánta paz tendría en su corazón. Cuánta bondad de Dios podría comprobar en su vida.

 Bien que la primera demanda para el esposo – y que no deja de ser importante – es “dejar padre y madre” para luego unirse a su mujer. Es decir, procurar la autonomía e independencia respecto de los padres. Si esto se obedece desde el principio, el matrimonio se evitará muchos contratiempos.

 

La rebeldia del varón genera PATRIARCADO

La rebeldia de la mujer genera MATRIARCADO

La rebeldia de los hijos genera FILIARCADO

 

EL MUNDO ESTA PLAGADO DE ESAS ESTRUCTURAS LLENAS DE VIOLENCIA Y DESORDEN POR NEGARLE A DIOS PARTICIPAR EN SUS VIDAS Y FAMILIAS


El orden de Dios para el matrimonio:
Los maridos

Gran parte de los problemas matrimoniales se deben a que se viola el orden asignado por Dios para cada uno de los cónyuges creyentes. La influencia del mundo, un modelo paterno incorrecto, las deformidades de nuestro propio carácter, y una carencia de enseñanza bíblica sólida, han atentado una y otra vez contra la armonía familiar. Ante esto, sólo nos queda mirar al Señor y buscar la sana enseñanza de la Palabra de Dios.

Lo primero que necesitamos dejar claro es que Dios ha diseñado el matrimonio, por lo tanto, sólo él puede enseñarnos acerca de cómo éste debe funcionar. Dios le ha asignado un cierto papel a cada uno de los cónyuges. Ignorarlos, o inventar substitutos, es buscar el fracaso matrimonial.

El marido tiene un papel y la mujer tiene otro, de acuerdo a la configuración física, psicológica y espiritual de cada uno. El perfil de uno y otro no depende de la ideología o teoría de moda, sino del diseño de Dios.

1. El orden de Dios para el marido

El papel del hombre es representativo de algo que lo trasciende, y que está en Dios. En ese sentido, tanto el matrimonio como el papel del marido en él, encuentran su sentido sólo en el marco de la revelación divina.

La Biblia dice: «Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer» (1ª Corintios 11:3), lo cual le confiere al marido una posición de autoridad sobre la mujer, que no es, sin embargo, la suya en sí, sino que es un reflejo de la autoridad de Cristo sobre la Iglesia.

Pero, por otro lado, la Biblia también dice: «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella» (Efesios 5:25). Este amor tiene una característica sobrenatural, porque es el amor hasta el sacrificio con que Cristo amó a la Iglesia.

Por último, la autoridad del padre con respecto a sus hijos es una representación de la figura de Dios – Padre hacia todos nosotros. Por eso la Escritura les insta a portarse varonilmente, y a esforzarse y sustentar dando seguridad a su familia. (1ª Corintios 16:13, 1 Timoteo 5:8).

2. La razón de ser de la Cabeza

A. Escudo

El hombre, como Cabeza, es escudo para la familia: La familia (mujer e hijos) está expuesta en muchos frentes, por lo cual necesita la protección de la Cabeza.

a) A nivel físico: Esto se puede observar en el orden práctico, y descansa en la mayor fortaleza y reciedumbre del varón. Él puede realizar las labores domésticas pesadas que ni la mujer ni los hijos pequeños pueden hacer.

b) A nivel emocional (psicológico). Al asumir la responsabilidad en la toma de decisiones, en la disciplina de los hijos, y en la ‘lucha por la vida’, el marido está resguardando la salud emocional de su esposa, la cual no ha sido diseñada para enfrentar tales rigores.

c) A nivel espiritual: La mujer y los hijos están expuestos al ataque espiritual. El esposo es su escudo contra el ataque del mundo invisible de «principados y potestades» (Efesios 6:12). Así como Cristo, en cuanto Cabeza del varón, es, por así decirlo, escudo del varón, así lo es éste para la mujer. Si el marido no está ejerciendo su rol, el diablo tomará eventualmente a esa familia como «base de operaciones». Larry Christenson dice en su libro «La familia cristiana»: «Una mujer que no está protegida por la autoridad de su marido está expuesta a la influencia angélica maligna.»

B. Modelo

El hombre, como cabeza del hogar, es modelo de lo que Dios es con sus hijos: Un padre debe mostrar a sus hijos el carácter de Dios Padre, es decir, su amor y su autoridad. El autor Keith J. Leenhouts, en su libro «Una carrera de amor» atribuye su vocación de padre a la ejemplar figura de su padre: «Él me obsequió con el más valioso regalo. Cuando leí y escuché que Dios es como un padre, quise estar con Dios. Si Dios era como un padre, entonces Dios era poderoso, amante, bueno, cariñoso y grande. Tenía que serlo porque es como un padre, y eso es, exactamente, lo que fue mi padre.»

El ejercicio de la autoridad no debe producir ira, sino un profundo respeto y gratitud (Salmo 119:120), y debe ir muy complementada con el amor. En la toma de decisiones, el padre podrá escuchar a su mujer (y eventualmente a sus hijos), pero en definitiva quien decide es él, y quien, a la hora de cometer errores, debe asumirlos enteramente.

3. La ruptura del orden

La ruptura del orden de Dios al interior de la familia se produce cuando: a) el hombre de ‘motu proprio’ cede su lugar a la mujer; b) cuando la mujer por sí misma usurpa el lugar del varón, o, c) cuando ambos, en un acuerdo tácito o explícito, así lo deciden. Entonces, el hombre asume un papel pasivo en cuanto a su rol de cabeza, y la mujer asume un papel activo en el mismo.

Esto se traduce a veces en asuntos tan prácticas como cuando el hombre realiza las labores domésticas, y la mujer se ocupa del sustento de la casa. O como cuando el hombre sigue los dictados de la mujer, y la mujer asume el gobierno de la casa. El resultado es una confusión de roles, confusión de modelos y anarquía. Christenson dice: «Cuando el esposo rehúye su responsabilidad de cabeza de su hogar, o cuando la esposa lo usurpa, el hogar sufre las consecuencias.» Muchas veces el hombre está demasiado dispuesto a rehuir esta responsabilidad –por la carga y molestia que implica– y la mujer está demasiado pronta a tomar lo que el esposo ha cedido.

Hoy existe una «feminización» de la cultura. La mujer, creada para ocupar un papel complementario («ayuda idónea»), ha ido ocupando un rol más y más protagónico. Esto ha ido produciendo hogares «unisex», en que ambos cónyuges se intercambian los roles, de modo que no hay nada ‘masculino’ ni nada ‘femenino’.

4. Causas en el hombre de esta ruptura del orden de Dios

a) Ignorancia: Esto puede deberse a una falta de instrucción en la Palabra de Dios, o a modelos familiares (o sociales) incorrectos. Tal vez el padre fue un hombre «gobernado» por su mujer, o él mismo creció con algún complejo por su personalidad débil.

b) Menosprecio. El hombre puede sentirse sobrepasado por los usos de la modernidad, por la influencia de una esposa autoritaria, o de unos hijos «educados». Es posible que el hombre se sienta «menos inteligente» o «menos espiritual». Esto se verá acentuado si «le cuesta expresarse con palabras» (ella puede decir las cosas más rápido y mejor), si tiene un carácter tímido o débil, si es «más lento» que ella, si no puede suplir las necesidades materiales de la familia como debiera, si se considera que ella es de una familia «socialmente alta» y él no, o si ella se considera «hermosa» y él demasiado «simple».

c) Pusilanimidad: Las continuas luchas con una esposa rebelde y de carácter fuerte pueden haber provocado en el hombre un cansancio, una falta de ánimo y una renuncia al ejercicio de la autoridad y los deberes de esposo y padre.

d) Comodidad: La habilidad de una esposa diligente y de carácter fuerte, puede haber provocado también en el esposo la comodidad, porque considera que ella lo hace mejor que él.

5. Consecuencias en el hogar:

a) Rencillas: Cuando el orden de Dios no está claro, todos los miembros de la familia procurarán imponerse unos a otros, la mujer al marido, los hijos a los padres, etc. Esto será causa de rencillas permanentes. «Dolor es para su padre el hijo necio, y gotera continua las contiendas de la mujer» (Prov. 19:13).

b) Inversión del orden de autoridad: La mujer será «el hombre» de la casa; el hombre, en tanto, será el que hace de «mediador» entre su mujer y los hijos, o en mero ‘ayudante’ de la mujer. Él tendrá un carácter apacible, en tanto, ella un carácter fuerte. Lo que debiera ser normal, es anormal. Estos son pésimos modelos para los hijos.

c) Confusión de roles sexuales (en los hijos): Ante tal espectáculo, si los hijos llegan a ser adultos con patrones de conducta normales, será casi por milagro. ¿Qué modelo le ha brindado el padre al hijo? ¿Qué modelo le ha brindado la madre a la hija? Probablemente ellos tendrán serias dificultades en sus propios matrimonios. Hay estudios que arrojan resultados alarmantes, como, por ejemplo, la incidencia en la homosexualidad.

d) Deformidad del carácter: La mujer perderá su delicadeza y femineidad. Ella adoptará una forma de hablar y de gesticular impropia de una mujer. El hombre, por su parte, exagerará su timidez, y tendrá actitudes de sumisión.

e) Ataques espirituales: Un hogar sin la cobertura espiritual y emocional de un marido provocará ataques diabólicos sobre la mujer y sobre los hijos. La mujer actuará bajo el engaño del diablo, y sus decisiones serán erradas. (2ª Tim. 2:14). Luego, recibirá permanentemente ataques espirituales que afectarán permanentemente su estado de salud, tendrá bruscos cambios de ánimo y depresiones. En los hijos, el diablo sembrará rebelión, y desaparecerá el temor de Dios. Muchas otras consecuencias podrían sobrevenir en un hogar caótico, donde se altera el orden de Dios.

f) Inutilidad en la obra de Dios. Un marido con tal familia, ¿podrá servir a Dios? Por muchos esfuerzos que realice, no le servirán de mucho. Dios no respaldará nada que se salga de su modelo y del orden que él estableció.

5. Solución: restablecer el orden de Dios. ¿Cómo?

a) Arrepintiéndose de corazón. Cada uno de los cónyuges deberá arrepentirse delante de Dios, y decidirse a cambiar su manera de pensar.

b) Aceptando que el orden de Dios fue diseñado para el bien propio y del matrimonio, con todas sus implicaciones; es decir, con un cambio real en la manera de actuar de aquí en adelante. El marido deberá asumir responsablemente el rol que ha abandonado por comodidad o debilidad.

c) Aceptando que la mayor responsabilidad en el hogar le corresponde al marido, y que ésta es indelegable.

d) El marido deberá someterse a la autoridad de Dios, para que él le permita establecer la suya propia en el matrimonio y el hogar. La autoridad del marido cristiano no se impone mediante la fuerza o la coerción, sino que es una autoridad espiritual.

 

El orden de Dios para el matrimonio:
Las esposas

 

1. El orden de Dios para la esposa

El lugar de la esposa en el matrimonio es representativo de algo que la trasciende, y que está en Dios. Tanto el matrimonio como el papel de la esposa, encuentran su sentido sólo en el marco de la revelación divina.

La Biblia dice: «Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer» (1ª Corintios 11:3), lo cual pone a la mujer en un lugar de subordinación, que no es, sin embargo, un menoscabo a su condición de mujer, sino que es un reflejo de la posición que la Iglesia tiene respecto de Cristo.

Esta posición no significa que la mujer sea inferior al varón, sino que se diseñó para la protección de la mujer y para la armonía en el hogar. Dios no honra a quienes se aferran a sus supuestos «derechos», sino a aquellos que eligen libremente obedecerle.

2. La razón de ser de la esposa

A. La belleza de la sumisión

La esposa fue creada para que fuera la ayuda idónea para su marido. Como tal, expresa la belleza de la iglesia que está subordinada y sujeta a Cristo. Esta sumisión representa para ella una gran ganancia, porque así está protegida.

La mujer está física, emocional y espiritualmente en desventaja, y también muy expuesta, por lo cual necesita la seguridad y protección que le ofrece el marido.

a) A nivel físico. Esto se advierte por la mayor fragilidad de la mujer, que le impide realizar ciertas labores prácticas.

b) A nivel emocional (psicológico). La mujer no fue diseñada para enfrentar los rigores de la vida, para resolver las crisis familiares, y la toma de las grandes decisiones. De hecho, puede hacerlo si se ve obligada a ello (porque no es asunto de capacidad), pero no será sin consecuencias para su salud emocional.

c) A nivel espiritual. La mujer está expuesta al ataque espiritual. Larry Christenson, en su libro «La Familia Cristiana» afirma: «Una mujer que no está protegida por la autoridad de su marido está expuesta a la influencia angélica maligna». En cambio – agrega –, «cuando una mujer vive bajo la autoridad del esposo, puede moverse con gran libertad en las cosas espirituales».

B. Modelo

La mujer, como esposa subordinada y sumisa, es una representación de la iglesia en su sujeción a Cristo, pero también es modelo para quienes no conocen la iglesia, en un mundo donde no se conoce mucho acerca del trasfondo espiritual del matrimonio. Es decir, ella tiene como modelo a la iglesia, pero a la vez ella sirve de modelo para que otros vean lo que es la iglesia en su relación con Cristo.

Existe una estrecha relación entre la iglesia local y la esposa. Si la iglesia local se sujeta a Cristo, ello permitirá a las esposas tener un modelo que imitar; pero si no es así, las esposas piadosas están llamadas a mostrar en su matrimonio lo que la iglesia local debiera ser respecto a Cristo.

La sumisión de la mujer no ha de ser una práctica forzada e hipócrita, sino el fruto de una disposición del corazón que, en temor, busca agradar al Señor.

3. La ruptura del orden

La ruptura del orden de Dios al interior de la familia se produce muchas veces porque la mujer, sea por sí misma o por mutuo acuerdo con el varón, toma el lugar del marido como ‘cabeza’. Esto trae consigo una confusión de roles. Christenson dice: «Cuando el esposo rehúye su responsabilidad de cabeza de su hogar, o cuando la esposa lo usurpa, el hogar sufre las consecuencias».

En muchos casos, la ruptura del orden está influido por la «femini-zación» de la cultura, en que la mujer ha ido intercambiando sus roles de igual a igual con el hombre e, incluso, asumiendo el rol de él en la dirección del hogar.

4. Causas en la esposa de esta ruptura del orden de Dios

a) Ignorancia. Falta de instrucción en la Palabra. Ella quiere obedecer y agradar al Señor, pero no sabe cómo.

b) Modelos familiares (o sociales) incorrectos. Ella proviene de un hogar donde la mujer era dominante, o donde ella misma era el centro de la atención de la familia (hija única, hija criada con abuelos, hija consentida). Tal vez por causa de su inteligencia o su belleza, desarrolló especialmente sus caprichos.

c) Sobrevaloración. La esposa con una alta autoestima tenderá a menospreciar a su marido. Sobre todo, cuando ella es más inteligente, más hábil, más fuerte de carácter, más exitosa en su trabajo, cuando procede de una familia mejor conceptuada socialmente, etc.

d) Rebeldía. Ella encuentra que él no es un hombre digno de admiración ni de respeto. Piensa que, o bien ella se equivocó al aceptarlo como marido, o Dios se equivocó al dárselo. Tal vez recuerda su juventud llena de esplendor, de ‘buenos partidos’ que ella rechazó. Tal vez ella considera haber hecho (y estar haciendo) un derroche con semejante marido.

5. Consecuencias inmediatas en el hogar

a) Rencillas. Las rencillas son consecuencia del orgullo herido. Una mujer rebelde se siente permanentemente tocada en su autoestima. Su reacción son las palabras y actitudes violentas. Por casi cualquier motivo, ella provoca una disputa. Él, en un comienzo, cede ante su esposa para evitar el choque, pero finalmente se cansa, y responde. El hogar se transforma en un campo de batalla en que las palabras hirientes, cual flechas, van y vienen buscando el blanco. «Gotera continua (son) las contiendas de la mujer» (Prov. 19:13b). «Gotera continua en tiempo de lluvia y la mujer rencillosa, son semejantes; pretender contenerla es como refrenar el viento, o sujetar el aceite con la mano derecha» (Prov. 27:15-16). «Mejor es vivir en un rincón del terrado que con mujer rencillosa en casa espaciosa» (Prov. 21:9 y 25:24). «Mejor es morar en tierra desierta que con la mujer rencillosa e iracunda» (Prov. 21:19). En este ambiente, los hijos son desdichados testigos de estas batallas de denuestos, y recibirán las consecuencias.

b) Desatención. El marido no es digno de la atención de la mujer. Si ella lo atiende, será con indiferencia. Constantemente buscará (y hallará) la forma de evadirlo, y de no cumplir su deber conyugal.

c) Manipulación para obtener el control. Utilizando las rencillas, los desprecios, los propios hijos, y otros muchos recursos, causará tal agobio en el marido, que él sólo querrá la paz. Y el precio de esa paz puede ser el gobierno de la casa. Resultado: se produce una inversión de los roles. El marido puede llegar a ser apenas uno más entre los hijos. Así se ha instaurado el matriarcado. Ella está contenta, el marido, resignado, pero ¿y el Señor?

6. Consecuencias mediatas

a) Deformación del carácter. La mujer perderá su delicadeza y femineidad. Ella adoptará inconscientemente una forma de hablar y de gesticular autoritaria, impropia de una mujer.

b) Ataques espirituales. La primera consecuencia de estar sin cobertura es ser engañada. Eva fue engañada cuando actuó al margen de su marido (2ª Timoteo 2:14). Le parecerá que está procediendo bien, aunque esté contraviniendo claramente la Palabra de Dios. No aceptará reconocer su error. Como consecuencia, recibirá permanentemente ataques espirituales que afectarán su estado de salud, sufrirá repentinas cefaleas, tendrá bruscos cambios de ánimo y depresiones.

c) Confusión de roles sexuales (en los hijos). Ante tal espectáculo, si los hijos llegan a ser adultos con patrones de conducta normales, será por milagro. ¿Qué modelo le ha brindado el padre al hijo? ¿Qué modelo le ha brindado la madre a la hija? Probablemente, ellos también tendrán dificultades en sus propios matrimonios. Hay estudios que arrojan resultados alarmantes: esta confusión de roles tiene incidencia en la homosexualidad.

d) Inutilidad en la obra de Dios. Una mujer que está fuera de la cobertura de su marido no podrá servir a Dios (aunque haga cosas para Dios). Por muchos esfuerzos que realice, no le servirán de nada. Dios no respalda nada que se salga de su modelo y del orden que él ha establecido.

7. Solución: restablecer el orden de Dios. ¿Cómo?

a) Arrepintiéndose de corazón. La mujer deberá arrepentirse delante de Dios por romper o intentar romper el orden establecido por él para el matrimonio. Luego, deberá decidirse a modificar su conducta de acuerdo a la luz recibida.

b) Aceptando que el orden de Dios fue diseñado para su propio bien y el del matrimonio. La esposa deberá ceder el control del hogar y ocupar el lugar de sumisión y dependencia que Dios le prescribió. Eso podrá incomodarle en un comienzo, pero en definitiva traerá descanso y paz a su corazón.

c) Creyendo, a la luz de la Palabra de Dios, que el hombre no fue creado para la mujer, sino la mujer para el hombre.

d) Aceptando que el marido que tiene no lo escogió ella, sino que se lo dio Dios. Ciertamente, Dios no se ha equivocado al darle el marido que tiene.